viernes, 11 de diciembre de 2009

I Sign the Body Electric

Have you ever loved the body of a woman?
Have you ever loved the body of a man?

Do you not see that these are exactly the same to all in all nations
and times all over the earth?

Walt Whitman

Canto el Cuerpo Eléctrico

¿Alguna vez, has tu amado, un cuerpo de mujer?
¿Alguna vez, has tu amado, un cuerpo de hombre?
No vez que estos son exactamente lo mismo en todo, en todas las naciones y los tiempos de toda la tierra?

jueves, 3 de diciembre de 2009

Silencio, Noche y Modernidad

La forma como se vive en la noche nos hace tremendamente modernos. El sonido sordo de la luz eléctrica atravesando las redes y cableados internos de la casa, genera una vibración imperceptible pero presente de alguna manera en el espacio. El paso de la electricidad por cada rincón de la casa, posible gracias a las numerosas conexiones regadas por doquier en las habitaciones, y generalmente en contacto a otro sinnúmero de electrodomésticos, establecen un flujo eléctrico constante que borra todo silencio, desapareciendo la certeza de soledad, y haciendo utópica cierta sensación de vacío perceptible ya solo al irse de la luz. Al mirar el cielo nocturno, sin nubes y sin luz, es posible ver al espacio, olvidar el suelo, y reconocer nuestra ceguera.
Un ápice de belleza ocurre al encender una vela y sentir cercana a la antigüedad de la llama, vinculada a nuestro presente, aunque efímero, desapareciendo nuevamente, ante la bombilla.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

La Música, Los Pájaros y El Pensamiento

He pensado en que la música que aprendo al tocar en el piano, cuando ésta es permanente y le habla a mis sensaciones con profundidad, o quizás corresponde a mi voz interior con espontaneidad, es una música que se convierte en canto, como el canto que hacen los pájaros. Por eso creo que es una música que no olvido, que más bien se asienta en mi memoria profundamente, hasta que ni siquiera tengo que pensarla para recordarla, así la deje de hacer sonar en mucho tiempo. Pensaba también que ese canto interior que equivale al canto de los pájaros, y que yo tengo que aprender de la partitura se convierte en eso que los animales simplemente intuyen y exteriorizan naturalmente. Por eso me pregunto si al arte, la escultura, el dibujo o la pintura no podrán así mismo convertirse en lenguajes espontáneos, en cantos de una voz interior que habla sin hacer uso del pensamiento?

lunes, 23 de noviembre de 2009

Mirador de Parajes, del 22 de Noviembre al 6 de Diciembre


La organización Parămus tiene el gusto de invitarlos a una ruta por asentamientos creativos rumbo a lo rural en la Galería 3er Módulo. La exposición Mirador de Parajes, reúne los hallazgos más relevantes del proceso colectivo que tuvo lugar a partir de la convocatoria Paraje Rural: Cosmos de lo No-Urbano.

La muestra contará con la participación de Aura María Marín, Rocio Pérez, Samuel Céspedes, Margarita Vásquez C., Daniel Molina, Guillermo Arriaga y David Anaya.

miércoles, 28 de octubre de 2009

La gente que muere sola



Es una 'perfumería' (como la llaman en España) en donde venden todo tipo de productos de higiene personal, para el hogar y de belleza. Está en una calle fea de la ciudad, y desde hace meses pusieron esta publicidad estúpida. No obstante, parece que anoche un simpático grafitero decidió oponerse a ella, y ponerle toda su firma. Salamanca, 28 de Octubre de 2009

martes, 1 de septiembre de 2009

Auras Anónimas

Cuelga de dos extremos que son como columnas inmóviles. Se mece hacia una suerte de bienaventuranza y retorna por inercia hacia el desastre. La ciudad se mueve acompasadamente como un columpio por un viento calmoso.

Columbarios repletos de nombres de personas son palomares húmedos y estercoleros siniestros en el Cementerio Central de Bogotá. El olvido ha hecho que estas urnas funerarias pierdan su sentido humano y sean ahora furtivos nichos de palomas.
Bajo estos palomares, columnas de la indiferencia, hay una placa de cemento con una incisión que aclara que allí yacen los restos de un niño muerto. Un niño que no es anónimo, pero cuya muerte carece de la solemnidad del silencio que podría otorgarle resonancia a su haber y a su existencia.

Quién sabe qué tanto silencio habrá perdido nuestra propia muerte a razón de la guerra. Y quien sabe en qué trágico instante nuestras tumbas se convertirán en guaridas, hipogeos de olvido.

El límite entre estos dos espacios es frágil como la vida misma. Un cementerio es un espacio de vida, no de muerte, porque es un espacio de memoria, no de olvido, no de descuido, no de indiferencia.

lunes, 15 de junio de 2009

Quien sueña con la libertad del siglo XVIII aún no ha mirado a los ojos el fracaso de la modernidad. La única libertad posible en nuestro tiempo, es el esfuerzo por sublimar la dificultad que se opone al confort y buscar en lo escaso el placer de una vida inmoderna.

jueves, 11 de junio de 2009

LOS DESTAZADOS

Urbanidad, Matanza y Esperanza.

Es tarde en la noche y el centro de Bogotá mantiene la calidez de un día soleado. Un viejo camión aparca al borde del Museo Nacional por donde transita un pequeño grupo de estudiantes jóvenes. La presencia del camión es poco notoria hasta que su dueño, un campesino en dificultades, se apresura sobre el grupo para pedir ayuda. El hombre les ha planteado una colecta para pagar el arreglo de su vehículo.

Dos cuadras más adelante, los estudiantes se acomodan sobre la banca de acero brillante en el paradero de buses. Quizás por el hecho de que el grupo se hubiese detenido, la ciudad ahora se siente mucho más fría. Aparece súbito un hombre de corbata y maleta sport con un documento en sus manos. Les explica a los estudiantes que se trata de un certificado legítimo, con el que se pueden comprobar sus terribles circunstancias. Los muchachos atentos, deploran los hechos y parecen estar interesados en el asunto. No obstante no le ofrecen dinero al mendigo, quien enfurecido se aparta maldiciendo.

El grupo de estudiantes se disuelve gradualmente al coger sus buses respectivos. Y en estos buses que van de sur a norte sin prisa y cuyo interior tiene un color melancólico de modernidad perezosa, la indigencia sigue abordando el final de una jornada bogotana.

En uno de estos buses hay un muchacho de unos 23 años. Es un joven esbelto y delgado. Lleva una bolsa plástica en sus manos y habla con dolor: Mi madre ha muerto hace apenas unas semanas. Vivo en una pieza cuyo alquiler debo pagar todos los días y hoy ya he pagado. También he comprado estas bolsitas de desodorante y estas otras de talcos para los pies porque ya no soportaba el mal olor de mi cuerpo.
El muchacho tiene hambre, tristeza y una gran desazón con la vida. En mi afán por corresponder a su desesperación busco una moneda de 500, no obstante solo encuentro algunas de 200 y otras de 100 pesos. Me da las gracias en nombre de Dios, y yo ni siquiera puedo recordar el color de sus ojos.

En medio de una urbanidad violenta como esta, aún se puede leer en letras capitales talladas a mano sobre una placa de piedra en plena avenida de las Américas, el nombre anacrónico -precisamente por su vigencia- del Matadero Distrital y del edificio del sindicato de Destazadores. Por su parte, el buitrón gigantesco que ancla el matadero al paisaje, señala con imponencia fálica su relevancia y recuerda casi sosegadamente las encubiertas labores crematorias.

La oscuridad parece regalarle al espacio cierta atmosfera peligrosa que conmociona. Los pastos silvestres que se han apoderado de los patios interiores revelan la soledad amarga de un espacio cargado de terrible poética y dramático olvido. Las pisadas allí están suavizadas por la hierba y advertidas por el terror simbólico del entorno.

Por esto más que habitar lo inhabitable, hacer uso de este espacio ominosamente patrimonial, es habitar lo inhabitablemente habitado. Un celador de corbata y pantalón de raya parece flotar sobre los muros y vigilar desde allí a su universo fantasmagórico. Unos zapatos cuelgan desde un techo en ruinas desde el que parece estar por caer una pesada teja industrial de tecnología ochentera.

Cables por doquier parecen insinuar nuevamente a la muerte al combinarse con zonas encharcadas y peligrosas conexiones eléctricas. Un pájaro muerto enseña sus huesos sobre una pared descascarada. Ambos fósiles urbanos nos arrojan sobre una oscuridad laberíntica de la que sería muy difícil salir sin un poco de suerte.

Bailarines y músicos habitan esta atmósfera teatral que absurdamente parece definir a la belleza. Una hermosa noche bogotana, hecha de distancias, cadáveres y ganas de ganarle espacio a la muerte.